
Cuando Suecia y Finlandia anunciaron su intención de unirse a la OTAN en mayo pasado, muchos lo vieron como un regalo para Rusia y una prueba de un cambio de mentalidad en Europa. Históricamente, ambos países se habían comprometido a no alinearse con la OTAN para evitar la provocación de Moscú, pero la invasión de Ucrania cambió eso.
Ambos países, junto con la mayoría de los aliados de la OTAN, quisieran verlos unirse formalmente a la alianza en una cumbre de la OTAN el 11 de julio. Sin embargo, un obstáculo importante se interpone en el camino de esta realización: Turquía aún tiene que presentar el plan para su aprobación formal y oficial.
Hungría tampoco ha ratificado la adhesión de los países nórdicos, lo que enturbia aún más las aguas.
Oficialmente, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, se opone a la membresía de Suecia y Finlandia por motivos de seguridad, alegando que ambos países albergan militantes del prohibido Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un grupo terrorista designado en Turquía, Suecia, Estados Unidos y Europa.
Pero Gonul Tol, del programa de Turquía del Middle East Institute, cree que hay otras razones por las que Erdogan no quiere molestar al presidente ruso, Vladimir Putin.
“Rusia ha sido un salvavidas económico para Turquía después de que otras naciones impusieran sanciones por sus actividades en Siria, la cooperación militar con Rusia y otras actividades hostiles”, dijo Tol.
Los diplomáticos de la OTAN están divididos sobre si creen que Turquía cederá antes de la cumbre de julio.
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