El autor es profesor en la Universidad de Georgetown y fue miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EE. UU. de 2009 a 2015.
Podría abrirse una nueva fase en la competencia estratégica entre EE. UU. y China. Después de meses de amargura y estancamiento, finalmente se reanudan los contactos entre los dos países. El desafío para Washington y Beijing es aprovechar este momento para sentar una base duradera para relaciones estables. El futuro de la estabilidad y la prosperidad mundial depende de ello.
El nuevo embajador de China en Estados Unidos llegó esta semana después de una larga vacante. El ministro de Comercio de China también viajó a Washington, el primer alto funcionario desde 2020. Lo que es más importante, el asesor de seguridad nacional de EE. UU., Jake Sullivan, se reunió con el principal diplomático de China, Wang Yi, este mes, reavivando el diálogo que había estado congelado desde la primavera. Este podría convertirse en el principal canal bilateral de diálogo.
Seguirán más interacciones de alto nivel. Es probable que varios funcionarios del gabinete de EE. UU. viajen a Beijing, lo que probablemente culmine con una visita de Xi Jinping a San Francisco para la 31ª Cumbre de Líderes de Cooperación Económica de Asia y el Pacífico.
Todo esto ha creado una oportunidad para establecer la relación en un camino más estable, o al menos hacerla menos propensa a accidentes, errores de cálculo o crisis. La apertura es pequeña y frágil, pero si se hace bien, podría conducir a una relación más predecible, resistente y productiva. Ambas partes están indicando que quieren más estabilidad, o al menos menos volatilidad y fricción. Pero todos quieren esto por diferentes razones, y sigue siendo incierto si estos puntos de vista pueden reconciliarse.
Washington quiere diálogo y reducción de riesgos en medio de más competitividad y contramedidas. Por el contrario, China quiere aliviar la presión estratégica constante que enfrenta de los EE. UU. y sus aliados, mientras continúa cambiando las reglas y normas globales a su favor. Los próximos meses se tratarán de encontrar, o no encontrar, una nueva normalidad, una especie de equilibrio estratégico.
Llega en un momento crítico. Esta es la última oportunidad de Biden antes de que la dinámica electoral envuelva a Washington en 2024. Estados Unidos y sus aliados se encuentran en las primeras etapas de una nueva competencia estratégica que rara vez es precedida en la política internacional moderna. Eso es geopolítico tierra desconocida para cada.
Entonces, ¿cómo deberían los formuladores de políticas aprovechar mejor la oportunidad? Primero, los líderes estadounidenses y sus contrapartes en Europa y Asia deben proceder con una comprensión clara de la situación actual. La China de Xi es capaz, ambiciosa y confiada, pero también frustrada e insegura. Xi ahora cree que China está atrapada en una competencia geopolítica e ideológica a largo plazo con el «Occidente global», al que considera la mayor amenaza para la seguridad interna y externa. Sus puntos de vista se están endureciendo, lo que se refleja en su rara declaración pública en marzo de que «los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, han llevado a cabo una contención, un cerco y una represión a gran escala contra nosotros».
Como resultado, Washington y Beijing están constantemente poniendo a prueba sus límites a medida que su competencia se militariza y globaliza, y las armas nucleares pasan a primer plano. La tolerancia de Xi al riesgo y la fricción está creciendo. Y la relación tiene pocos mecanismos para manejar esta complejidad.
Esta nueva etapa no es relajación, todo lo contrario. Más bien, es una reconexión. Ambas partes necesitan reconstruir los canales básicos de comunicación. Washington y sus socios deben descubrir cómo hablar con la nueva cohorte de tecnócratas, securócratas e ideólogos de Xi. Esto viene con riesgos. Si se reanuda el diálogo, el enfoque en mejorar las relaciones podría convertirse en un fin en sí mismo, a diferencia de los medios para promover los intereses estadounidenses. Beijing explota hábilmente esta dinámica para jugar por tiempo y ventaja.
En segundo lugar, Washington debe tener un plan de juego para todas las interacciones que culminen en una posible visita de Xi. Washington y Beijing deberían tratar de acordar una infraestructura para un diálogo sostenible, establecer una agenda modesta que se centre en los temas más importantes y tratar de resolver algunos problemas pequeños. Podrían empezar a aumentar los vuelos directos y resolver las prohibiciones de salida; Los principales desafíos incluyen las políticas chinas hacia Corea del Norte e Irán, y las contribuciones de Beijing a la ayuda humanitaria en Ucrania.
Tercero, Washington debe proceder con metas claras. Esto debería incluir reducir la percepción errónea de China sobre las intenciones de EE. UU., aclarar la política de EE. UU. (particularmente hacia Taiwán), estabilizar los modos de competencia más volátiles y fomentar la cooperación en temas comunes. Luego, EE. UU. debe medir el éxito o el fracaso y ajustar la política en consecuencia.
Las conversaciones continuas sobre Ucrania, Corea del Norte, Irán, la estabilidad macroeconómica y financiera mundial, en particular la deuda de los mercados emergentes, están muy atrasadas. Vale la pena examinar la apertura estadounidense a un papel constructivo para China en todos estos temas.
Cuarto, ambas partes deben ser pragmáticas y tener ambiciones modestas. Reinterpretar la visita a Taiwán de Nancy Pelosi y el incidente del globo solo conducirá a recriminaciones.
La Guerra Fría entre EE. UU. y la Unión Soviética es un punto de referencia tentador pero insuficiente para comprender la naturaleza de las relaciones entre EE. UU. y China en la actualidad. Pero la Guerra Fría también tuvo sus fases y momentos de cambio, especialmente la Crisis de los Misiles en Cuba. Tal momento podría estar a la vuelta de la esquina para las relaciones entre Estados Unidos y China. Sería una tragedia desperdiciarlo, de lo contrario estaríamos repitiendo un pasado tan peligroso.