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Roula Khalaf, editora del FT, recoge sus historias favoritas en este boletín semanal.
El autor es miembro de la facultad de la Universidad de Yale, ex presidente de Morgan Stanley Asia y autor de “Accidental Conflict: America, China, and the Clash of False Narratives”.
Las medidas de estímulo político aparentemente descomunales de China la semana pasada nos tomaron a muchos por sorpresa. Al parecer, las autoridades financieras del país acudieron al rescate con su propia versión de una «gran bazuca». Al menos este fue el primer veredicto de un repunte explosivo en el mercado de valores chino. ¿Ha terminado la larga pesadilla económica del país ahora que el Politburó del Partido Comunista Chino ha enviado el mensaje de que hay más por venir?
Si tan solo fuera así de fácil. China corre el riesgo de caer en un atolladero similar al de Japón, caracterizado por el estancamiento y la deflación como resultado del estallido de una importante burbuja de activos alimentada por la deuda. La comparación es todo menos perfecta. China todavía tiene fuentes de crecimiento futuro sin explotar, a saber, el consumo de los hogares, la urbanización y la subcapitalización de su numerosa fuerza laboral. China también se beneficia al comprender las lecciones de Japón, resaltadas por una famosa advertencia sobre el tema de una “figura autoritaria” anónima en la portada de periódico del pueblo Ya en mayo de 2016.
Sin embargo, estar prevenido no es lo mismo que actuar de forma preventiva. Aún no está claro si China ha sido víctima de la enfermedad japonesa. Pero los líderes chinos deberían optar por aceptar la necesidad de actuar en lugar de negarla. China experimentó su peor episodio de deflación desde la década de 1980 y un shock de crecimiento similar al de Japón. La tasa de crecimiento del PIB de China se está desacelerando en seis puntos porcentuales desde el aumento del 10 por ciento entre 1980 y 2010 hasta el aumento previsto por el FMI de alrededor del 4 por ciento durante los próximos cinco años, prácticamente igual al que afectó a Japón cuando el crecimiento económico se desaceleró un 7,25 por ciento desde 1946-90 a sólo el 0,8 por ciento de 1991 a 2023.
Japón no sólo proporcionó un modelo sobre lo que se debía evitar, sino que el concepto de «Abenomics» del difunto primer ministro Shinzo Abe también proporcionó una receta para salir del atolladero. Estaba dividido en tres “flechas”, como las llamó Abe: monetaria, fiscal y estructural. La teoría era simple: se necesitaba un fuerte estímulo fiscal y monetario para darle a Japón velocidad de escape, mientras que las reformas estructurales eran cruciales para una recuperación duradera. En última instancia, Japón careció de la voluntad política para impulsar vigorosamente el cambio estructural. ¿Podría China correr la misma suerte?
El último estímulo económico de Beijing parece ser una primera flecha impresionante. Los grandes recortes de las tasas de interés –junto con grandes inyecciones de efectivo a los gobiernos locales en dificultades y a un mercado de valores en dificultades– son particularmente importantes. Sin embargo, a pesar del aumento aparentemente extraordinario del 25 por ciento en el índice CSI 300 tras los anuncios de políticas de China, el mercado aún se mantiene un 31 por ciento por debajo de su pico de febrero de 2021. La experiencia japonesa proporciona una perspectiva importante, como lo muestra el índice Nikkei 225 de diciembre de 1989 a septiembre de 1998. aumentó cuatro veces en un promedio del 34 por ciento y luego cayó en un total del 66 por ciento.
La flecha fiscal de China es más dudosa. En la declaración del Politburó, las medidas se enmarcaron en promesas generales más que en detalles. Por ejemplo, el compromiso de apoyar el mercado inmobiliario se ha enmarcado principalmente en forma de recortes en las tasas hipotecarias y requisitos de pago inicial para segundas viviendas. No hubo detalles sobre cómo compensar la acumulación de viviendas sin vender. Al igual que Japón en la década de 1990, Beijing sigue evitando desplegar una bazuca fiscal como en 2009-2010, dada la creciente deuda del sector público. Esto es comprensible considerando que la relación deuda-PIB del gobierno chino era del 85 por ciento a principios de 2024, casi tres veces mayor que en ese momento (33 por ciento en 2009-2010).
En cuanto a Japón, las reformas estructurales también son la flecha más problemática para China. Se enfrenta a tres grandes desafíos estructurales: la demografía, la productividad y el subconsumo crónico. El reciente Tercer Pleno del Partido Comunista tomó medidas para abordar algunas cuestiones, pero éstas implicaban principalmente un pequeño aumento en la increíblemente baja edad de jubilación en China.
Mientras tanto, las medidas para apoyar al sector privado son más retóricas que sustantivas y sirven para hacer retroceder las restricciones regulatorias y políticas que han estado vigentes desde mediados de 2001. Beijing tampoco ha abordado el mayor obstáculo de China para el reequilibrio estructural: las reformas de la seguridad social (por ejemplo, pensiones y atención médica) necesarias para reducir el ahorro excesivo, impulsado por el miedo, y estimular el consumo discrecional de los hogares.
Dado que los mercados fueron los primeros en apoyar las audaces políticas de China, es tentador decir que lo peor ya pasó para la atribulada economía del país. Esta conclusión es, en el mejor de los casos, prematura. En el peor de los casos, es un falso amanecer. Como mínimo, tenga cuidado al servir champán en respuesta a las recientes medidas de Beijing.