La siguiente es una transcripción del vídeo.
Seguro que has oído el término «Internet de las cosas», donde objetos inanimados se pueden conectar a Internet y entre sí.
Pero en 2016, el científico y autor Dr. Andrea M. Matwyshyn fue un paso más allá y acuñó el término “Internet de los cuerpos” o IoB.
Ella lo describe como «una red de cuerpos humanos cuya integridad y funcionalidad depende, al menos en parte, de Internet y tecnologías relacionadas, como la inteligencia artificial».
Esto puede parecer descabellado, pero si tienes uno de estos, ya eres parte del mundo IoB.
Hay tres categorías de IoB según el nivel de integración del dispositivo.
La primera generación es externa. Cosas como relojes inteligentes o anillos que utilizan sensores para medir nuestros pasos y frecuencia cardíaca. O gafas inteligentes que actúan como cámaras, auriculares y monitores.
La segunda generación es interna. Son dispositivos que tomas o que te implantan. Piense en marcapasos con implantes digitales, prótesis inteligentes que se integran firmemente en los nervios y músculos de los pacientes… o incluso píldoras digitales que transmiten datos médicos una vez tomadas.
Finalmente está la tercera generación. Estos dispositivos se fusionan completamente con el cuerpo mientras mantienen una conexión en tiempo real con un dispositivo externo e Internet.
Una de las empresas más conocidas en este espacio es Neuralink de Elon Musk, que está desarrollando una interfaz cerebro-computadora (BCI) llamada «The Link».
El chip del tamaño de una moneda se implanta debajo del cráneo, donde puede leer las señales cerebrales de una persona y permitirle controlar una máquina externa.
El primer candidato a la prueba de Neuralink, que estaba paralizado de hombros para abajo, usó el dispositivo para jugar al ajedrez en su computadora portátil. Sin embargo, unas semanas después del procedimiento, Neuralink informó de algunos fallos de funcionamiento.
Los defensores de los dispositivos IoB dicen que los beneficios son claros: mejorarían la percepción y el funcionamiento del cuerpo, mejorarían la atención médica y proporcionarían importantes ahorros de costos para las personas y las empresas. Pero donde algunos ven ventajas, otros ven riesgos. El artículo original en el que se acuñó el término advertía sobre las deficiencias de la tecnología.
En primer lugar, la protección de datos será de suma importancia. Muchos de estos dispositivos podrán rastrear, registrar y almacenar información personal. Los críticos argumentan que si los gobiernos y las empresas tuvieran en sus manos estos datos, podrían utilizarlos para espiar a sus ciudadanos o convertirlos en fuentes de ingresos. También existen preocupaciones sobre la dependencia, la adicción y la seguridad personal. El ex vicepresidente estadounidense Dick Cheney, por ejemplo, admitió que en 2007 había desactivado la función inalámbrica de su implante cardíaco porque temía que los asesinos pudieran utilizarlo para provocar un ataque cardíaco mortal.
También hay que tener en cuenta las cuestiones éticas. ¿Podemos imaginar un mundo en el que los ricos aumenten en número pero los pobres no? Y a nivel filosófico, ¿IoB desafiará nuestras ideas sobre la autonomía y la autodeterminación humanas? ¿Quién es responsable de monitorear los riesgos?
La mayoría de los dispositivos IoB implantables e ingeribles están sujetos a regulación por parte de autoridades como la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos o autoridades internacionales equivalentes.
Tienen un conjunto de reglas para cosas como implantes cocleares o reemplazo de partes del cuerpo, pero los dispositivos de consumo de Internet de las cosas quedan fuera de su ámbito. La reciente aparición de estos dispositivos, su rápido auge de ventas y sus diferentes capacidades explican en parte el actual mosaico de leyes a nivel regional, estatal e internacional. Sin embargo, existen algunas leyes que podrían ampliarse para proteger los datos de IoT.
El Reglamento General de Protección de Datos de la UE (GDPR) tiene como objetivo proteger a los ciudadanos de la UE de los riesgos de violaciones de datos y ataques cibernéticos.
Y en Estados Unidos, la Ley de Responsabilidad y Portabilidad del Seguro Médico (comúnmente conocida como HIPAA) tiene como objetivo evitar que se comparta información de los pacientes sin su consentimiento.
Hay mucho en juego para la industria. Según Mordor Intelligence, solo el mercado mundial de dispositivos médicos conectados tendrá un valor de alrededor de 66 mil millones de dólares en 2024 y se espera que alcance más de 132 mil millones de dólares en 2029. Esto corresponde a una tasa de crecimiento anual de casi el 15%.